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En barrio de ricachones…

Don Quijote, en mi opinión, no estaba realmente loco. Solo fingía estarlo. De hecho, él mismo orquestó todo el asunto. Recuerde que durante todo el libro don Quijote está preocupado por la cuestión de la posteridad. Una y otra vez se pregunta con cuánta precisión registrará su cronista sus aventuras. Esto implica conocimiento por su parte; sabe de antemano que ese cronista existe.

Ciudad de Cristal. Paul Auster.

En Ciudad de cristal, una de las novelas de Paul Auster que conforman la Trilogía de Nueva York, aparece un personaje llamado Paul Auster. Para ser más precisos, a pesar de parecer confusos, deberíamos decir que aparecen dos personajes llamados Paul Auster, aunque «ese no sea el verdadero nombre de uno de ellos». El que finge ser Paul Auster finge además ser detective, pues en realidad es un escritor llamado Daniel Quinn que ha publicado unas novelas policiacas con el seudónimo de William Wilson, que es el nombre del protagonista de ese cuento tan conocido y admirable de Edgar Allan Poe sobre el doppelgänger. El otro personaje de la novela llamado Paul Auster es también un escritor que, en ese momento de la trama, está trabajando en un artículo sobre la autoría del Quijote. En el artículo sostiene que es el propio don Quijote el que está detrás de la escritura del libro del que es protagonista. Este personaje llamado Paul Auster cuenta que fue don Quijote el que llevó hasta Cervantes sus aventuras para que el escritor de Alcalá de Henares lo convirtiera en inmortal. ¿Por qué se embarcó en semejante disparate? Es muy posible que don Quijote se percatara de que la única manera de no morir fuera convertirse en protagonista de un libro, porque era consciente de que algunos personajes que aparecen en novelas suelen seguir vivos durante siglos. De este modo, ingenió un entramado en el que incluye ―como cooperadores necesarios― a Sancho Panza, al cura, al barbero y al bachiller Sansón Carrasco para que Miguel de Cervantes escriba el libro con el que don Quijote pase a la posteridad. La empresa fue un éxito, pues no hay lugar conocido en el que no se tenga noticia de don Quijote, y no parece que, mientras los seres humanos habitemos el planeta Tierra, el Caballero de la Triste Figura vaya a ser olvidado de ninguna manera. Los personajes llamados Paul Auster, sin embargo, no tuvieron tanta suerte, de momento, pues quizá Paul Auster también haya querido pasar a la posteridad siendo protagonista de una novela por duplicado.

Porque ese es el asunto que nos interesa. Pasar a la posteridad. Parece claro que sigue siendo un propósito obsesivo para gran parte de las personas que habitamos el mundo. Nuestros actos están encaminados a buscar una forma de vivir más allá de nuestra muerte y, de esta manera, soñamos incluso con monumentos elevados a nuestra memoria o calles que lleven nuestro nombre. No obstante, sabemos que llegar al otro lado de la vida supone un esfuerzo que no está al alcance de todos. Sabemos que solo los más capaces tienen el coraje de cruzar esa frontera.

Casi cuatrocientos años después de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, a principios del siglo XXI, en su atelier de investigaciones artísticas en Olivos, Buenos Aires, Fernando Araujo es consciente de que nadie se iba a acordar de él cuando estuviera muerto. Es un tipo de buena familia, con alguna formación académica y con una situación económica poco boyante y muy dependiente del éxito de sus pequeños robos. Sus incursiones en el mundo del arte han resultado infructuosas, y las artes marciales y la marihuana no le van a sacar de una vida condenada al anonimato. Ya tiene más de treinta años y las oportunidades de hacer carrera se han esfumado. Así, entre cigarrillos de marihuana se da cuenta de que la única manera de convertirse en inmortal pasa por ser el protagonista de una película. Una película que le sobreviva y perpetúe su memoria a lo largo del tiempo.

Descarta las películas románticas, los melodramas, las de ciencia-ficción, las musicales, las de terror, las de superhéroes, las costumbristas y, por supuesto, los westerns, pero recuerda entre risas Rififí, Atraco perfecto, Atrapa a un ladrón, El caso de Thomas Crown o una película que ha visto hace poco tiempo en unos multicines de San Isidro: Ocean’s Eleven. Es entonces cuando Araujo decide protagonizar la película de un atraco perfecto consumado por ladrones de guante blanco, sin armas ni rencores, ladrones amables y queridos por sus vecinos, ladrones como Robin Hood que terminan por hacer justicia robando a los bancos que han estafado al pueblo. Fernando Araujo sabe que Bertolt Brecht había escrito en La ópera de los tres centavos: «¿Qué es el robo de un banco en comparación con fundar uno?». No necesita mucho más. Será el cerebro del robo del siglo.

A partir de entonces comienza a preparar el atraco al Banco Río de la localidad bonaerense de Acassuso. Comienza solo, pero al poco se percata de que necesita a su Sancho Panza, a su barbero, a su cura y, por supuesto, a su bachiller Sansón Carrasco. Todos los personajes van apareciendo poco a poco para convertir a Fernando Araujo en la figura mítica que ahora es. Luis Mario Vitette Sellanes, Julián Zalloechevarría, Sebastián García Bolster y Beto de la Torre, junto a dos personajes cuyos nombres nunca se conocieron, se ponen a las órdenes de Araujo para cavar un túnel de dieciocho metros de longitud, y para construir un dique en las alcantarillas que les permita huir con gomones a través de ellas, y para tomar clases de teatro necesarias a la hora de hablar con el negociador del grupo Halcón y para crear un complejo artefacto mecánico que reviente las cajas de seguridad del Banco Río. Todo sale según lo planeado: se escriben cientos de páginas en los periódicos contando los detalles de su atraco, llenan horas de programas informativos de televisión con sus declaraciones, protagonizan documentales, podcast formidables como El verdadero robo del siglo de Adonde Media, pero falta la película que fije en la memoria colectiva lo que ―quizá― sucede el 13 de enero de 2006, cuando unos delincuentes amables toman en el Banco Río de Acassuso a 23 personas como rehenes y se llevan un botín de cerca de veinte millones de dólares. «¿Qué es el robo de un banco en comparación con fundar uno?».

El robo del siglo se estrenó en 2020 bajo la dirección de Ariel Winograd y tuvo una gran acogida de público, aunque no tanto de crítica, pero ese detalle es, para nuestra historia, menor. Fernando Araujo fue coguionista de la película y Diego Peretti fue el encargado de interpretarlo en la pantalla. Gaspar Zimerman escribió en Clarín cuando la película se estrenó: «A Araujo se lo presenta casi como un hombre del Renacimiento, artista plástico y experto en artes marciales, un bohemio colgado que en un par de epifanías canábicas se ilumina y pergeña uno de los atracos más audaces de la historia argentina».

Ese hombre del renacimiento escribe el guion de su propia vida hasta convertirla en una historia cinematográfica eterna. Ahora vive rodeado del glamuroso empaque de los cantantes de rock, del refinamiento sofisticado de las estrellas de cine y es venerado por el pueblo como un hombre que ha llegado un poquito más allá del lugar al que suelen llegar los hombres. Todavía es pronto para saberlo, pero quizá Fernando Araujo es un don Quijote contemporáneo que se ha ganado la posteridad inventando una vida de película. Su historia merece la pena y quizá estuviera escrita en aquel cuaderno rojo de Daniel Quinn que encontró Paul Auster en las últimas páginas de Ciudad de cristal.

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