Artículos Literatura

El fin de la abundancia (4)

Emmanuel Macron appelle à «l’unité» face
à «la fin de l’abondance» et «de l’insouciance».
Le Monde. 24/08/2022.

09.08.2022

Para llegar hasta aquí hemos gastado muchas horas en la carretera. Atravesamos España de oeste a este y luego todo el sur de Francia. En trayectos tan largos, las autopistas parecen sueños. La velocidad transforma el paisaje en una estela. Un cuadro de Turner lleno de colores y de promesas de alegría. Por un momento pierdes eso que llaman la noción del tiempo y el sentido de la realidad, y los vehículos que comparten el viaje nos adelantan como en un carrusel gigantesco. Al mundo real solo nos une la radio. Ella permanece encendida con sus voces y sus canciones mientras el mundo se difumina a derecha y a izquierda y el tiempo se condensa hasta volverse viscoso.

Cuando todavía estábamos en España, escuchamos en la radio una entrevista en la que se informaba sobre una tendencia cada vez más extendida en las redes sociales. Según parece se ha puesto de moda hacer turismo en el tercer mundo y fotografiarse junto a niños pobres que viven en la miseria. La idea fundamental del asunto es que los fotografiados sean niños. No sirven personas adultas ni, por supuesto, ancianos. Los protagonistas, además, deben ser niños sonrientes y, a ser posible, deben vestir camisetas de equipos de fútbol europeos. Después los turistas comparten la foto en las redes sociales con textos en los que hablan sobre la felicidad pura y la inocencia no corrompida de esos niños que no tienen nada. La persona entrevistada divagó sobre la inmoralidad de dicha práctica y también nos informó de que dicha inmoralidad proporciona un buen número de visitas y felicitaciones a los turistas «solidarios».

Pensaba en esa práctica turística cuando anoche paseábamos por un camino asfaltado alrededor de las mansiones de Saint-Jean-Cap-Ferrat. Unas mansiones asombrosas construidas sobre una pequeña península rodeada por el Mediterráneo. Verlas es mucho decir, pues es complicado hacerlo dado el tamaño de los muros, pero, por lo poco que dejaban ver, no era difícil imaginar su grandeza. Una de ellas, construida en un recodo del terreno, sí podía verse por completo. De este modo, pudimos comprobar que tenía incluso un muelle para dejar amarradas las embarcaciones de recreo. Luego supimos que esa mansión de color rosa fue construida por el hijo de un traficante de armas en el siglo XIX y, a lo largo del tiempo, ha pertenecido a duquesas y reyes y también a actores como David Niven o Charles Chaplin. Pensé por un instante en lo que debe significar que el mar llegue hasta la misma puerta de tu casa. Un mar privado. Propio. No era capaz de engarzar ningún pensamiento coherente sobre el asunto, a pesar de que todo invitaba a ello. Estaba atardeciendo, corría una agradable brisa y las luces naranjas y amarillas iluminaban la bahía. De golpe, eso sí, fui consciente del lugar que ocupo en el mundo. Del mismo modo que los turistas que viajan al África negra se sienten dichosos, e incluso adinerados, al contemplar la pobreza extrema en la que viven los nativos, pasear anoche entre aquellas mansiones me hizo comprender lo cerca que estoy de la miseria.

Parece cínico lo que acabo de escribir, pues estoy en la Costa Azul de vacaciones. Voy a estar un mes en Francia. ¿Miseria? ¿De qué miseria hablo? Recuerdo el título de ese libro de Julián Rodríguez Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás. Y pienso en que yo estoy ahora mismo justo en el otro lado. Unas vacaciones baratas en la opulencia de los demás. Sé que no es fácil de explicar esta paradoja del mundo capitalista. Una persona, que vive del sueldo que obtiene por su trabajo como yo, también puede permitirse pagar unas vacaciones en un lugar al que solo tienen acceso las personas de las clases privilegiadas, porque, cuando llegas aquí, observas que, al lado de las mansiones y las villas, también construyeron pequeños edificios de apartamentos (el que nosotros habitamos no debe tener más de treinta metros cuadrados) para hacer posible el sueño de veranear en la Costa azul.

Una vez aquí, podemos disfrutar del privilegio de contemplar las villas inmensas por encima de los muros, aunque a ellos no podamos verlos. Supongo que están aquí, pero no se mezclan con nosotros. Vemos a los camareros, a los del servicio de limpieza, a los trabajadores del supermercado, a los repartidores, a los veraneantes que comen queso debajo de los pinos en la playa, pero a los que habitan las mansiones no los hemos visto aún. Me gustaría verlos, sobre todo, a los niños que viven en las mansiones. De este modo, podría hacerme una fotografía con ellos y subirla a las redes sociales con un texto en el que hablara de la pureza de una felicidad inabarcable y de la ignorancia absoluta de la maldad del mundo. Escribiría sobre la felicidad de saberse dueño de un imperio que perdura en el tiempo y que te proporciona unas condiciones de vida supremas. Todo ello con una sonrisa blanca y rubia.

La ocurrencia me hace gracia, porque sé que es estúpido pensar algo así. Todos sabemos que ser un privilegiado no acarrea más que problemas. Algunos de ellos muy difíciles de soportar. Por ejemplo, tener a personas como yo mirando por encima de los muros de sus posesiones y bla, bla, bla.

El capitalismo nos ha hecho creer idioteces tan burdas como que unos niños que no poseen nada, ni educación, ni sanidad, ni cultura, ni alimentación, ni higiene son felices porque viven en el abandono de lo material y, al mismo tiempo, nos ha hecho creer que los privilegiados que poseen mansiones a la orilla del mar son infelices porque deben pasar su tiempo pensando en la forma de poder mantener su nivel de vida. Nos contaron aquella triste historia de Christina Onassis y lo creímos. Lo creímos tanto que incluso muchos afirman preferir ser un feliz niño africano a un occidental multimillonario.

La paradoja se resuelve cuando comprobamos que ser «feliz» sin poseer nada es muy fácil. Solo es necesario tener el valor de echarse a la calle y no preocuparse de nada material: ni de la sanidad, ni de la educación, ni de tres comidas diarias, ni de higiene, ni de agua corriente. Sin embargo, acumular el capital necesario para poseer una mansión en la Costa Azul necesita de más tiempo. Necesita de mucho más tiempo. Justo aquello de lo que apenas disponemos los que tenemos que trabajar para obtener un sueldo con el que pagar nuestras vacaciones baratas en la opulencia de los demás.

1 comentario

  1. Cuando se habla de esa supuesta felicidad de quienes nada tienen, la falacia está servida, si entendemos como literal la ausencia de lo básico para subsistir. Quizás, quienes desde su privilegiada situación se dan un baño entre criaturas sin más espectativas que el momento presente, pretenden lavar su conciencia en esas sonrisas de la miseria con una acción que, sin embargo, no deja de ser una burla obscena fruto de una moda miserable.

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