En uno de sus poemas más celebrados, Jaime Gil de Biedma escribe el verso definitivo: «Oh innoble servidumbre de amar seres humanos». Es un verso que recuerdo a menudo, pero que me ha acompañado durante toda la lectura de Material de construcción, el libro que Eider Rodríguez publicó en febrero de 2023. He recordado este verso, porque, en Material de construcción, Eider Rodríguez nos habla sobre la imposibilidad de no amar a los miembros de nuestra familia por más que estos tengan «un comportamiento vergonzoso».
La acción de la novela abarca desde el final de la dictadura de Franco hasta las primeras décadas de la democracia y se sitúa en Rentería, una pequeña población golpeada por el paro, el consumo de heroína, los asesinatos de ETA, la presencia de las fuerzas de seguridad y ese nuevo mundo prometido de progreso y bienestar que nunca llega. En una Rentería llena de conflictos, asistimos a la relación entre un padre alcohólico y una hija que, a pesar de que quiere tenerlo lejos de su vida, lo sigue amando a través del rencor y la vergüenza.
Porque ese es el gran tema de la novela: la vergüenza. Según la RAE, vergüenza es la «turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena». Pero la RAE no nos aclara quién decide qué es una falta, ni tampoco quién decide qué es una acción deshonrosa y humillante, ni, por supuesto, por qué tener un padre alcohólico tiene que ser una vergüenza.
En esas coordenadas imprecisas se mueve la protagonista de la novela en un viaje al pasado con vocación temeraria, pues sabe que en el pasado se encuentra la clave de la conducta de su padre y también la causa del rencor que ella «debe sentir» por él. La protagonista sabe que la vergüenza es, al final, no tanto lo que sentimos, sino la creencia de que los demás van a hacer juicios negativos sobre nosotros. De ahí la defensa anticipada a ese juicio negativo, que nos lleva a colocarnos de antemano junto a los que han decidido que ser alcohólico —y mearse los pantalones en la calle principal del pueblo— es una vergüenza para la familia.
En esa búsqueda en el pasado, la protagonista acaba por encontrar unas cartas de su padre cuando aún no era alcohólico. Cuando era un chico que estaba cumpliendo el servicio militar lleno de ilusiones y proyectos. En las cartas leemos a alguien con toda la vida por delante. Un joven lleno de amor y de inocencia. Un joven que tendrá que regresar a Rentería y afrontar el plomizo paisaje de la vida adulta, con sus rutinas diarias y sus viajes a Benidorm. Un joven que tendrá que asumir que la ilusión por el futuro que manifestaba en las cartas nunca se llevará a cabo, porque la vida es un sumidero de deseos y un desierto de aburrimiento.
Somos huérfanos y estamos solos para enfrentarnos al vacío. Cada uno de nosotros lo hace cómo puede. Eider Rodríguez nos habla en Material de construcción de lo difícil que es juzgar y condenar a los demás con esas leyes no escritas de la moral gazmoña y beata con la que convivimos a diario. Y es formidable comprobar cómo consigue que miremos hacia un lugar que no nos gusta y que acompañemos a la protagonista en ese viaje íntimo al origen de la vergüenza y del amor con una prosa precisa y afilada.
Ya nos lo dejó escrito Gil de Biedma.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!


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