Cuenta la leyenda que John Lennon se enamoró de Yoko Ono después de ver una de sus obras. Según parece, la artista japonesa había diseñado una pieza que consistía en una escalera que conducía a un cuadro que estaba colgado del techo. Ese cuadro era un lienzo blanco del que pendía una cadena con una lupa en el extremo. John Lennon subió la escalera, miró a través de la lupa el cuadro blanco y se percató de que había una palabra escrita en letras diminutas. La palabra era «yes». John Lennon confesó que si Yoko Ono hubiera escrito «no», o cualquier otra palabra negativa en esa pieza, le hubiera resultado insoportable, pero aquel «yes» le cambió la vida.
Esta anécdota me ha recordado lo que he sentido después de tener en mis manos el elepé de Roko Banana. Había visto sus vídeos y escuchado sus canciones en formato digital y debo confesar que su música me había gustado mucho, pero no me había abrumado. No es música original, aunque suena fresca, como nueva. En 2024 no es fácil encontrar a grupos que hagan un indie-rock tan personal y, al mismo tiempo, tan reconocible. Por momentos me han sonado a No more lies y eso me encanta. Por supuesto, cuando digo reconocible, me refiero a que sigue ese hilo invisible que une a las bandas que importan desde el presente hasta los años cincuenta. La misma música, con los mismos ingredientes — voz, guitarra, batería y bajo—, que ha sido esencial en mi vida y en la vida de tantos otros.
Porque Fins que surti el Sol, el nuevo trabajo de Roko Banana, es un breve catálogo —apenas veinte y cuatro minutos en siete canciones— de ortodoxia indie-rock, pero con un componente que los hace diferentes. Me estoy refiriendo a unas armonías vocales que derrochan optimismo y alegría de una forma muy difícil de describir con palabras. Las melodías nos recuerdan la euforia de lo que se hace sin una razón, ya sea abrazar a un amigo, escuchar el ruido del tráfico un día de vacaciones o mirar cómo las olas chocan contra las rocas en septiembre.
Es conocido por todos que la falta de pretensión llena el arte de pureza y eso es lo que uno siente al escuchar estas canciones. Una pureza que cala y que te convierte, sin que puedas evitarlo, en alguien que quiere pertenecer a ese mundo nuevo que anuncia Roko Banana. De este modo, quieres cantar No he pogut dormir, m’he passat la nit mirant-te durante días enteros para ser parte de esa totalidad que emana del disco, porque estás seguro de que Fins que surti el Sol es un proceso artístico sincero, hecho por músicos «no profesionales» que entregan todo lo que tienen y que, con sus limitaciones o gracias a ellas, son capaces de crear unos temas que les sobrepasan. A eso se ha llamado desde antiguo espíritu del rock’n’roll.
Pocos días antes de su muerte, Steve Albini confesaba en una entrevista con Pablo Gil publicada en El Mundo el 11 de mayo:
«En la música persiste la idea de que un grupo o una trayectoria solo son importantes si son totalmente profesionales, si alguien se gana la vida con ello, y creo que eso es horrible. Los grupos y la música que más han significado para mí, la música que cambió mi vida y le dio sentido, la que me formó como persona, fue creada por gente que tenía trabajos convencionales. Era música hecha de un modo maníaco por gente que no podía soportar no estar haciéndola. Lo hacían en bares que a veces se vaciaban cuando tocaban, que grababan discos que no podían vender, que daban conciertos ilegales o informales en espacios que encontraban porque no podían conseguir actuaciones de verdad. Por contra, la música hecha por profesionales, la música pop de la época, era una mierda. No podrías pagarme por escucharla. Era basura genérica. Esa era la música que daba dinero, que ponía a la gente en limusinas y que proporcionaba puros a sus managers. Música profesional».
¿Quién puede contradecir a Steve Albini en este aspecto? ¿Cuántos discos imperfectos han salvado nuestra vida? ¿Cuántas voces desafinadas nos han llenado de alegría? La música de Roko Banana también juega en esa liga, en la de la música hecha de un modo maníaco por gente que no puede soportar no estar haciéndola y su verdad nos llega tan clara que ahora sí nos abruma. Sobre todo, después de tener entre las manos el precioso elepé —con esa fotografía tan inquietante y bella en la portada— y leer con paciencia lo que escriben en el encarte. (Jo no sé catalá, però Nùria m’està ensenyant. No obstant això, entre nosaltres, ens entenem en un idioma universal).
En un entorn cada cop més hostil i deshumanitzat, és fàcil sentir-se perdut i incomprès. Una idea de progrés totalment perversa, basada en la competició entre individus, ha accentuat com mai el sentiment de solitud. És per a nosaltres inqüestionable que l’esperança —un dels conceptes centrals d’aquest àlbum— rau en un futur basat en el treball col.lectiu i l’esforç compartit.
Después de leer estas palabras que aparecen en el encarte del elepé, la música de Roko Banana pasó de gustarme mucho a abrumarme, aunque yo no sea John Lennon ni haya necesitado una lupa para leer este «yes» definitivo.
L’esperança rau en un futur basat en el treball col.lectiu i l’esforç compartit.
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