Roma es una ciudad construida en capas. Un templo construido sobre otro templo, a menudo utilizando los restos de las civilizaciones vencidas, como si cada una de esas nuevas estructuras intentara dominar el espacio. Desde los más humildes hasta los más imponentes, los templos, iglesias y monumentos romanos parecen desafiar al cielo con una grandeza que, al observarla detenidamente, revela un profundo vacío. Esta grandilocuencia puede entenderse como una manifestación de la estupidez humana, un intento de ocultar nuestra insignificancia detrás de una fachada de poder y permanencia.
Esta contradicción entre lo grandioso y lo banal, entre lo que se muestra y lo que se oculta, se explora en La ciudad de los vivos de Nicola Lagioia, donde Roma se convierte en el escenario de un crimen brutal que revela la violencia y la turbiedad subyacentes en el corazón de la sociedad contemporánea. En la novela, la capital italiana, con su pasado glorioso y sus ruinas espectaculares, es el telón de fondo de un asesinato que destapa lo peor de la condición humana: el narcisismo, la alienación y el vacío.
En las páginas de la novela, Roma no es solo una ciudad eterna que recuerda lo efímero de la vida humana, sino también un laberinto en el que lo luminoso y lo sombrío coexisten, donde la historia legendaria se mezcla con la miseria moderna. La tenue iluminación de la ciudad es un reflejo de esta ambivalencia: más que revelar, oculta, tal como sucede con los personajes de La ciudad de los vivos, que habitan una Roma plagada de indiferencia y contradicciones.
Este paralelismo también se hace evidente en los lugares de la ciudad que se escapan a los turistas, como el Collatino o La Storta —lugares en los que se desarrolla la trama—, que se presentan como puntos de encuentro entre la vida y la muerte. Lo que parece monumental y eterno es, en realidad, frágil, y la presencia de las ratas que corren por todos lados es un recordatorio visual de que la decadencia siempre acecha detrás de la apariencia de grandeza. En la novela de Lagioia, Roma es una ciudad donde los excesos y las pasiones humanas toman el protagonismo, aunque lo que verdaderamente importa, las historias invisibles que se esconden en sus rincones más oscuros, solo sirve para llenar horas de televisión con periodistas mendaces que atiborran de chismes las vidas vacías de los espectadores.
Lagioia da voz a personajes cuyas vidas transcurren sin un propósito claro, entre las cafeterías de Pietralata y las interminables fiestas en casas privadas. Todo parece rutinario y borroso, mientras bajo la superficie late la desesperación de no entender, de no saber, de no conocer. La estructura envolvente de la novela evoca la de un templo romano: capas sobre capas de información, combinando testimonios de testigos, amigos y familiares con artículos de periódicos plagados de mentiras, entrevistas televisivas conducidas por periodistas sin escrúpulos y un narrador que, con maestría, entreteje tanto desconcierto para que quede —como decía Machado— confusa la historia y clara la pena.
La ciudad de los vivos es una novela formidable que retrata la Roma contemporánea, una ciudad donde el esplendor histórico y el caos moderno conviven en una incómoda simbiosis. El vacío existencial que conduce al consumo de drogas y la alienación social que deshumaniza a los seres humanos se diluyen en la oscuridad hedonista de las fiestas nocturnas. En definitiva, Roma, como todo Occidente, oculta tras sus majestuosos templos, iglesias y monumentos una decadencia inevitable.



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