Para acabar con Eddy Bellegueule es la novela que Édouard Louis publicó en 2014 con un éxito de crítica y público casi inmediato. Es una novela de corte autobiográfico en la que el protagonista describe su infancia como un período eclipsado por la violencia. Esta violencia le provoca tanto sufrimiento que en las primeras líneas lo describe como una fuerza «totalitaria» que deja poco espacio para el recuerdo de momentos felices o divertidos. La violencia se manifiesta tanto de manera física como psicológica, y afecta a todos los aspectos de su vida. Su familia no ayuda, pues su padre es violento y disruptivo y su madre, manipuladora.
Todo ello convierte a Eddy en un muchacho incapaz de dominar su mundo. En un ser mutilado que intenta que los demás chicos lo acepten, pero que siente el rechazo constantemente, lo que unido al poco amor que recibe de su familia, le lleva a imitar al resto de chicos, a querer ser como ellos para ser aceptado. La alienación lleva a Eddy a reprimir sus impulsos y sus sentimientos y a colaborar activamente —como cuando gana peso— en que el mundo en el que vive no cambie.
Esta alienación se ve sobre todo en la escuela, donde Eddy sufre un acoso constante debido a su diferencia. Su orientación sexual y su comportamiento «poco masculino» no se ajusta a las normas «primitivas» del lugar y esto provoca el acoso. Este acoso define gran parte de su infancia y contribuye a su alienación. Intenta borrar lo que es y lo que siente, solo para ser aceptado por los demás. Este trauma deja cicatrices en su memoria, transformando su experiencia infantil en una sucesión de eventos dolorosos, sin espacio para recuerdos alegres, porque en ninguno de ellos se reconoce como lo que es. En todos ellos tuvo que fingir ser otro. Tuvo que ser una persona insensible, zafia y vulgar para ser aceptado y, lo peor, es que, a pesar de la indignidad, no lo consiguió. Esta alienación viene incluso con su nombre. Eddy no se usa en Francia —ni en España— como diminutivo de Édouard. Eddy es uno de los nombres que suelen usar los «chicos malos» de las películas estadounidenses, por lo que podemos comprender que ni siquiera el nombre con el que le llaman o que él usa se corresponde con la persona que es.
La clase social es un factor determinante en la vida de Eddy, pues no solo condiciona sus oportunidades, sino también las expectativas y las normas culturales a las que está sujeto. Crece en una comunidad obrera afectada por la precariedad y el desempleo, lo que genera un ambiente donde la violencia y la frustración se normalizan como mecanismos de supervivencia. Entre sus vecinos no hay ningún atisbo de vida mejor. Ninguno de ellos se plantea que pueda salir del pueblo. Para sus vecinos, la vida es trabajar en duros trabajos mal remunerados de lunes a viernes, para luego emborracharse, drogarse y mantener relaciones sexuales, casi siempre pagadas, los fines de semana. Ese es su horizonte de vida. Lo máximo a lo que pueden aspirar. Y esa vida miserable y pequeña ahoga a Eddy, pues él, a pesar de haberse criado en el mismo ambiente, cree ver que fuera de su pueblo hay una vida mejor.
El estigma de clase se manifiesta en las obsesiones de su madre por la limpieza y la apariencia, como un intento de mantener la dignidad en medio de la escasez. Como un modo de decir al resto de familias que ellos no son pobres o no tan pobres como los demás. Lo triste es que quiere mantener limpia la casa no tanto porque sea un convencimiento interno, si no porque tenerla limpia significa que ella cumple el papel asignado para una mujer de su clase. Es una muestra más de la alienación de los personajes de la novela. Su falta de cultura y conocimientos les lleva a vivir una vida vacía en la que no pueden tomar ni una sola decisión por ellos mismos.
Al final del libro, Eddy, sin embargo, ha iniciado un proceso de transformación significativo, marcado por su decisión de abandonar físicamente el entorno opresivo en el que creció. Un lugar en el que no le aceptaban, en el que lo humillaban y en el que, además, no tenía más futuro que trabajar en la empresa del pueblo y emborracharse y pelearse en el bar los fines de semana. Eddy ha logrado distanciarse de los valores y normas que le fueron inculcados, y empieza a cuestionar la toxicidad de las expectativas sociales que experimentó en su niñez. Ahora sabe que un chico que nació en una familia como la suya y en un pueblo como el suyo puede encontrar espacio en el mundo del conocimiento y de la cultura. Sabe que, aunque esa mancha de su origen siempre estará presente, las personas con cultura —con las excepciones pertinentes— lo aceptarán tal y como es. Solo juzgarán sus hechos y el beneficio que puedan obtener de ellos, no su origen ni su orientación sexual.
Eddy, al final de la novela, tiene una perspectiva más abierta. Aunque el camino hacia la autoaceptación es muy complicado, ha encontrado la fuerza necesaria para empezar a definir su identidad sin adoptar las creencias, los odios ni las ideas de otros. Su historia concluye con la esperanza de que puede crear una vida más auténtica, una donde la diferencia no sea motivo de vergüenza, sino algo que forma parte de nosotros y nos completa.
Para acabar con Eddy Bellegueule es una novela que nos recuerda el lugar que ocupamos cada uno de nosotros en el mundo. Por si lo hemos olvidado.


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