Cuando cae el otoño

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François Ozon tal vez ya no escandaliza como antes, porque el escándalo ha cambiado de bando o porque el suyo es un cine que siempre se acercó a aquello que preferimos no mirar, pero con Cuando cae el otoño, estrenada en 2024, vuelve a hacerlo. No con sexo, ni con violencia, sino con algo mucho más subversivo. Esta película habla de sentir compasión por los que supuestamente no la merecen.

La protagonista es una exprostituta septuagenaria que, después de una vida de duro trabajo, ha conseguido estabilidad económica y tiempo para disfrutar de sus últimos años. Pero en vez de paz, lo que encuentra es una nueva forma de desprecio tanto en el pueblo donde se ha retirado a morir lentamente, como, sobre todo, en su propia hija, una burguesita del reproche que nunca superó que su madre vendiera el cuerpo, aunque gracias a eso pudiera tenerlo todo (menos un padre, claro).

Ozon no juzga. No le interesa absolver ni condenar. Su cámara observa, encuadra y sugiere. La vergüenza que siente la hija no se manifiesta, pero se mastica. La protagonista mira con lucidez a la hija que ha criado y solo ve a una mujer incapaz de amar, pero que le ha dado un nieto. Un chico silencioso, observador, y aunque nunca lo diga en voz alta, homosexual. A través de él se abre un pasadizo hacia la comprensión. Esa simetría entre marginados —la abuela por «puta», él por «maricón»— tiene una fuerza ética y política que se insinúa sin subrayado y que eleva la película a otra categoría.

Y entonces aparece Vincent. El personaje que activa la verdadera pregunta del film. Otro homosexual oculto, hijo de una amiga de la protagonista (también exprostituta, cómo no), exconvicto, libre de complejos y dispuesto a hacer lo que haga falta. Incluido facilitar una muerte. Porque tal vez el asesinato no es siempre un mal. Tal vez hay vidas que solo empiezan cuando otra termina. Sin duda, la idea es perturbadora, inmoral incluso, pero Ozon no viene a tranquilizarnos. Nunca lo ha hecho.

Cuando cae el otoño no es una película amable, pero sí es profundamente humana. Nos recuerda que hay vidas que solo se pueden contar desde el margen, y que hay actos que, aunque no sean legales ni morales, pueden ser profundamente justos.

Estamos ante una película que molesta y, en tiempos de cinismo de boutique, eso ya es un mérito gigantesco.

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