Enric Marco inventó una vida que no vivió, aunque tal vez sería justo decir que inventó varias vidas que no vivió. Su invención definitiva fue aquella en la que fingió haber sobrevivido al campo de concentración nazi de Flossenbürg durante la Segunda Guerra Mundial. A partir de la elaboración de esa mentira, llegó a convertirse en presidente de la Amical de Mauthausen y, durante años, sostuvo su mentira con tal convicción que muchos la confundieron con la verdad.
Tal es así que, en enero de 2005, contó su experiencia inventada en Flossenbürg delante de ministros y diputados en el congreso. Son inolvidables las lágrimas de Carme Chacón, que en aquel entonces era Vicepresidenta primera del Congreso de los Diputados, al escuchar aquellas palabras falsas. Cuando poco después fue desenmascarado, Enric Marco confesó que mintió para contar una verdad más grande, para contar la verdad de los olvidados. Su impostura fue, paradójicamente, una forma de reivindicación. Mentía para decir la verdad.
Casi diez años después de descubrirse la mentira de Enric Marco, Javier Cercas publicó El impostor para desmontar ese relato. Una novela sin ficción —si es que eso es posible— que describe la figura de Marco con la precisión de una costurera y la fascinación, claro, de un novelista. Cercas no se limita a acusarlo, porque, en realidad, la novela examina a Marco y lo comprende, incluso podríamos decir que lo humaniza, ya que Cercas sabe que, en el fondo, todos nos contamos historias para poder vivir con nosotros mismos. Su novela es otra mentira —como toda novela—, pero una mentira que busca dar luz a la verdad oculta en la mentira de Enric Marco.
El 16 de abril de 2016, durante el MOT, Festival de Literatura de Olot, Javier Cercas dialogaba en público sobre El impostor, la novela en la que reconstruye la vida de Enric Marco. En la charla, grabada para su posterior emisión en YouTube, también participaba la escritora Maria Barbal. Cercas hablaba con lucidez —y con una cierta melancolía— sobre la necesidad de comprender a Marco sin justificarlo. Cercas no sabía que Enric Marco estaba entre el público y que, trece minutos después de comenzar el acto, iba a interrumpir la presentación a gritos. En el vídeo que aún permanece en YouTube solo vemos a Javier Cercas, a la moderadora y a Maria Barbal. Enric Marco está fuera de foco, en los márgenes, como si la historia que había querido protagonizar volviera a expulsarlo del centro. Podemos, eso sí, escuchar sus palabras. Repite «embustero» en varias ocasiones, pero no podemos ver la expresión de su cara ni sus gestos. En ese momento, en abril de 2016, Enric Marco ya es un personaje literario, porque se ha convertido en el protagonista de la novela de Javier Cercas. Enric Marco ya es, como siempre deseó, un personaje fuera del tiempo, eterno.
En 2024, cuando la figura de Enric Marco estaba desapareciendo poco a poco de la memoria colectiva, el cine reabre el caso. En Marco, la película de Aitor Arregi y Jon Garaño, se recupera la historia de este hombre que convierte su mentira en una verdad. En la película, los directores usan la grabación de la charla en Olot de abril de 2016. Las palabras de Cercas son las auténticas, las que pronunció entonces. Sin embargo, la película ahora muestra también algo que nunca estuvo allí: al actor Eduard Fernández, caracterizado como Enric Marco, sentado entre el público, que primero escucha y luego reacciona y más tarde insulta e increpa a Cercas desde el patio de butacas. Es una presencia fantasmagórica, una réplica ficticia incrustada en un documento real.
En este momento, ya no sabemos si estamos viendo una reconstrucción, una metáfora visual o una verdad alternativa. La mentira inicial de Marco, tan contundente y tan frágil, ha pasado por tantas capas —la confesión, la novela, el escándalo, la presentación, la película— que ha dejado de ser una historia para convertirse en un laberinto. Marco miente para decir la verdad. Cercas escribe una mentira para entender esa mentira que cuenta una verdad. Marco, personaje de esa novela, acusa en una presentación real al autor de la novela de inventar cosas. Y, finalmente, el cine toma todo ese material —real, falso, ambiguo— y lo convierte en una puesta en abismo que nos devuelve, más que una respuesta, una sospecha. ¿Dónde empieza la verdad? ¿Dónde acaba la ficción? ¿Qué parte de lo que recordamos ha sido narrado, inventado, reinterpretado hasta confundirse con el deseo de que fuera cierto?
Tal vez la historia de Enric Marco no sea solo la de un impostor, sino la de todos los relatos que nos contamos para habitar el mundo. Porque, como demuestra esta cadena infinita de relatos sobre relatos, lo más difícil no es saber la verdad, sino saber si, cuando por fin creemos tenerla, sigue siendo nuestra.
La frontera entre lo vivido y lo inventado siempre ha sido porosa. De modo que incluso una grabación pública, una charla real, puede mezclarse con una figura inventada —un actor que forma parte de una película— para reclamar su lugar en la memoria. Y esa figura, aunque sepamos que es un actor, aunque sepamos que está dentro de una película —de una mentira—, nos sigue interpelando con una intensidad inquietante, como si nos estuviera recordando que, a veces, la ficción no es solo un espejo de la realidad, sino su parte más cierta.
Y luego, mientras abandonamos la sala de cine, aún con la imagen de un hombre de ficción —un actor interpretando a un personaje— gritándole la verdad a un escritor real en una charla real, la sensación de que alguien, en algún lugar, sigue contando la historia —nuestra historia— nos incomoda. No tanto porque no sepamos si lo que cuenta es verdad o ficción, sino porque no sabemos quién es.


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