La primera vez que oí hablar de Andy Kaufman fue en 1992. Alguien, en algún programa de radio o en las páginas de Rockdelux, explicaba su presencia en Man on the moon, la canción que estaba casi al final del disco Automatic for the People, el disco con el que, de forma definitiva, R.E.M se hicieron mundialmente famosos —y dejaron de gustarnos—. Nunca me han interesado las letras de las canciones, porque lo que me atrae son las melodías y las armonías, y Man on the moon no fue una excepción. Además, algunas letras suelen ser más accesibles y otras, por distintas razones, se nos escapan sin remedio. Cuando la editaron, Man on the moon era una canción críptica para cualquier persona que no hubiera nacido en USA a finales de los sesenta, pues su bella y triste melodía cuenta una historia difícil de interpretar para alguien que no conozca el contexto: «Andy Kaufman in the wrestling match», «Hey, Andy, are you goofing on Elvis?» o «If you believed there’s nothing up his sleeve / Then nothing is cool» son versos que forman una niebla difícil de atravesar si no viste a Andy Kaufman en Saturday Night Live o en el programa de David Letterman en los años 70. Ya lo dijo Machado «confusa la historia / y clara la pena», y, por supuesto, aunque la pena de la canción estaba clarísima, no volví a saber nada de Andy Kaufman hasta 1999.
Ese año se estrenó una película dirigida por Milos Forman con el mismo título que la canción, Man on the moon. La película estaba construida con ciertas licencias —más o menos ocurrentes— que rompían la cuarta pared y contenía escenas llenas de un humor bruto —y puro al mismo tiempo— con el que el protagonista intentaba llenar de sentido una vida desconsolada. El protagonista, claro, se llamaba Andy Kaufman y cuando era niño jugaba en su cuarto como si estuviera en un plató de televisión. Allí le hablaba a la cuarta pared de su habitación como si esta no existiera. Hablaba a la pared con un micrófono desconectado como si nosotros estuviéramos en su cuarto, como si nos hicieran gracia sus imitaciones y sus bromas imposibles.
Cuando vi la película en 1999, tampoco sabía nada sobre Andy Kaufman y, por lo tanto, no podía saber cuánto de autobiográfico había en ella. En realidad, me importaba muy poco. Sí me importaba, sin embargo, el juego que proponía la película con la verdad y la ficción. Yo —personaje real— estaba viendo una película —que era ficción— en la que aparecían personajes que, en algún momento, habían sido reales, pero que ya no lo eran de ninguna manera.
En la película, además, aparecían números «humorísticos» incómodos porque también mezclaban la realidad y la ficción, como el asunto de la lucha libre y la misoginia o las bromas con un desconocido de acento extranjero. En la trama, todo parece cierto pero falso al mismo tiempo, todo parece más o menos revelador y más o menos intrascendente al mismo tiempo. ¿Qué demonios es esto? ¿Las actuaciones de Andy Kaufman nos hablan del vacío de la vida humana o solo son una broma sobre decir palabrotas en voz alta?
Después de ver la película, me quedó claro que Andy Kaufman sabía lo que hacía. Por no hablar de Tony Clifton. Tal vez el hallazgo más gigantesco de su carrera, pues vendría a ser una mezcla suprema de todo lo anterior, y porque ponía en pie, allí delante de todos, la ruptura del horizonte de expectativas del más inteligente y avispado de los espectadores del mundo. Tony Clifton era inesperado desde cualquier punto de vista, porque Tony Clifton era/es/será inimaginable.
En 2023, Alex Braverman estrenó el documental La comedia y el caos: el legado de Andy Kaufman, en el que desgrana la vida de este cómico estadounidense que traspasó todas las barreras imaginables del negocio del entretenimiento. Soy consciente del alto grado de ficción que tienen todos los documentales, pero en este he podido ver por primera vez extractos de los programas de televisión o de los shows en vivo de Andy Kaufman y me han hecho comprender la grandeza de una obra sin precedentes ni continuadores posibles y, también, por supuesto, la letra de la canción de R.E.M.
Siguiendo con atención el documental, uno no acaba de entender cuánto de trastorno mental, de improvisación constante o de descontrol hay en las actuaciones de Andy Kaufman. Lo único palpable es que, en el mundo del espectáculo, fue mucho más allá de lo que ningún otro cómico ha soñado con llegar y, claro, eso tuvo sus consecuencias. No todos rieron sus gracias, ya que no todos entendieron que aquello que hacía Andy Kaufman fuera humor. No les culpo, pues ahora mismo también es difícil afirmarlo. Cuando digo «ahora mismo» me refiero a 2025, porque intento entender cómo sería ver una actuación de Kaufman en la televisión de los Estados Unidos en los años 70 y soy incapaz. Aquella libertad, aquellos disparates, justo delante de una sociedad tan tradicional y conservadora, tuvo que provocar reacciones extremas. Tuvo «odiadores» por causas justificadas, pero también, claro, un grupo de marginados sociales que podían ver en su obra una promesa de cambio que nunca terminó de llegar. Lo único cierto es que Andy Kaufman prometía a su público una comedia pura e inocente, pero, al final, les daba justo lo contrario.
Porque, claro, esto tampoco va solo de Andy Kaufman. O sí. Porque hay quien dice que fingió su muerte en los ochenta y que, tras desaparecer durante un tiempo, reapareció con otro nombre, otro cuerpo y otro instrumento. Dicen que se convirtió en Krist Novoselic, el bajista de Nirvana. Y, bueno, piensa en ello: la mirada, la altura improbable, el gesto de estar siempre en otro sitio. Tal vez esa fue su actuación final. Salir de escena y volver por la puerta grande, disfrazado de grunge, riéndose por dentro mientras todos hablábamos de las grandes corporaciones del rock y la autenticidad. Por eso, la canción de R.E.M y la amistad de los miembros de Nirvana con Michael Stipe.
Así que deja de leer esto, sal a la calle o quédate en casa. Aplaude o abuchea, porque Kaufman, si es que sigue con nosotros, hace mucho que está preparando sus próximos pasos.



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