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The Split: los ricos también lloran

En «Pandémica y celeste» Jaime Gil de Biedma habla de la dicotomía entre el amor de pareja, con el que compartes la vida y despiertas abrazado en la mañana, y el amor promiscuo, aquel cuya única norma es la satisfacción de nuestros deseos sexuales. El poeta catalán no los excluye y, como podemos ver en la conjunción copulativa del título del poema, es muy capaz de integrar el uno en el otro. Es verdad que, para alcanzar dicha integración, uno debe ser alguien sin noción alguna de pecado, por lo que parece cierto que no todos los seres humanos servimos para ello. La noción de pecado y el condicionamiento social nos hace impermeables al disfrute de las dos variantes amorosas al mismo tiempo. De este modo, solemos elegir entre el amor de pareja o el promiscuo, sin que nos atrevamos a compartirlos.

En The Split, en cierta manera, se habla también de esta cuestión, aunque rebajando el amor promiscuo a una relación extramatrimonial única. No siguen al poeta catalán cuando dice: Y es necesario en cuatrocientas noches / ―con cuatrocientos cuerpos diferentes― / haber hecho el amor. Sólo una relación fuera del matrimonio para justificar todo el argumento de la obra. Por lo tanto, The Split es una serie sobre el adulterio y las trilladas consecuencias nefastas para el orgullo de la persona engañada. Unos elementos poco originales para esta serie británica estrenada en 2018 y que hasta el momento ha emitido doce capítulos divididos en dos temporadas. En ella se nos cuentan los avatares de una familia dedicada al Derecho matrimonial con sus propios conflictos amorosos/matrimoniales. La protagonista es Hannah Defoe (interpretada por una Nicola Walker pasada de vueltas), una insaciable abogada que se dedica a conseguir que sus clientes obtengan beneficios en sus divorcios o blinden sus matrimonios con buenos acuerdos prematrimoniales. El bufete para el que trabaja sólo atiende a clientes de la clase privilegiada y las cantidades de dinero que manejan son grotescas para los que jamás pisaremos la moqueta de esos despachos.

Toda esta parte de la ficción sirve de decorado, pues apenas se esbozan las dificultades por las que pasan los personajes que necesitan la ayuda del despacho de abogados, ya que la serie se centra en contarnos el drama que vive la protagonista: debe elegir entre un amor de pareja con el padre de sus tres hijos o el disfrute sexual con un amor de la primera juventud. La serie es mucho más timorata que Gil de Biedma, como no podía ser de otra manera, y, así, vemos a Hannah Defoe luchando entre estos dos hombres mientras resuelve casos en el despacho o ayuda a sus hermanas en sus propias tramas con la maternidad o la búsqueda del amor verdadero. También, y esto es importante, comprueba que, en realidad, está repitiendo la historia de su madre. Pues no tardamos en descubrir que Hannah es sólo la versión mejorada de su propia madre. Otra abogada excelente con tres hijas que tuvo que elegir entre el padre/amor de pareja o el amor sexual y libre de ataduras de su amante.

Hannah termina tomando una decisión que no viene dictada por lo que siente o desea sino por lo que se supone que debe hacer, por lo que entendemos que la noción de pecado está muy presente en su manera de actuar. Casi tanto como las convenciones sociales y la moral pacata que ha consagrado a la monogamia como la condición esencial del ser humano.

La serie bien podría titularse Los ricos también lloran por la cantidad de llanto que aparece en cada capítulo y por la ausencia absoluta de personajes no pertenecientes a las clases privilegiadas. La clase trabajadora no aparece jamás en pantalla. Ni siquiera en las calles de un Londres casi siempre soleado. Nadie limpia las casas, ni las oficinas, nadie se encarga del cuidado de los hijos abandonados delante del televisor y los videojuegos mientras los padres se entregan a sus trabajos en jornadas interminables. Sólo ricos llorando por las esquinas de sus casas enormes del centro de la ciudad o en los despachos enmoquetados de las oficinas acristaladas con vistas al Támesis.

Ricardo Piglia nos recuerda en Prisión perpetua que «El matrimonio es una institución criminal. Una institución pensada para que con sus lazos se ahorque uno de los cónyuges». Nada de esto vemos en The Split, no hay sutileza ni personajes que evolucionen ni pasiones que justifiquen una vida, sólo lugares comunes y un desarrollo previsible que si hubiera sido rodado en Venezuela en los noventa no dudaríamos en llamar «culebrón».

1 comentario

  1. Me quedo con la cita de Piglia: «El matrimonio es una institución criminal. Una institución pensada para que con sus lazos se ahorque uno de los cónyuges».
    Las películas, series e incluso los poemas de amor me aburren bastante. Como no haya algún otro tema que la acompañe, me matan de aburrimiento.
    Un saludo.

    Le gusta a 1 persona

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