Los protagonistas de Los años nuevos (Rodrigo Sorogoyen, 2024) no son perfectos y por eso se parecen a nosotros. Están llenos de defectos y se relacionan con el mundo con egoísmo y distancia. El amor lo conciben como si estuvieran en Zara eligiendo una cazadora vaquera. Saben que si se llevan una, ya no podrán disfrutar de las otras que, por cierto, también les gustan. No son estúpidos, saben que deben elegir una persona, deben elegir una ciudad, deben elegir un trabajo y, por lo tanto, rechazar todo lo demás. Así es el mundo. Pero tienen la fantasía de que tal vez puedan vivir muchas vidas dentro de la vida sin que las inclemencias del tiempo ni las malas decisiones les afecten. Son jóvenes y el sueño americano siempre es posible cuando uno es joven.
Tanto Óscar como Ana son personajes intensos, muy insoportables a ratos, cargados de inseguridades y de sueños que, al inicio de la serie, ni siquiera saben que son imposibles. La ingenuidad de sus treinta les da una ternura muy potente que se va agriando con el paso de los años, pero se hacen querer por su cercanía y su humanidad.
Óscar, marcado por el divorcio de sus padres, desconfía de las relaciones amorosas duraderas. Ana, en cambio, cree que el amor se encuentra en un lugar lejano y lleno de aventuras. Sin embargo, cuando al final de la serie ambos se acercan a los cuarenta, y se dan cuenta de que no encontrarán nada mejor en la vida, simplemente, se conforman con lo que hay.
A pesar de sus defectos, (tramas secundarias poco desarrolladas, por ejemplo), la serie te gana porque es sincera y muy realista. El director, en ocasiones, se deja llevar por experimentos visuales que pueden despistar, como todo el último capítulo, pero, en general, mantiene un estilo contenido y efectivo.
Por poner un ejemplo de esta contención, la escena del taxi de vuelta al hotel en Berlín es excelente. Un acierto de guion, de dirección y de interpretación. Es emocionante verles poner palabras y gestos a ese desconcierto que está en el centro de todas las relaciones de pareja.
Es curioso cómo, al hablar de ellos, ahora siento que hablo como si fueran personas reales. Incluso un amigo me ha comentado que los protagonistas «le caen mal». En mi caso, no me planteo si los personajes me caen bien o mal, me fijo en si son redondos, si evolucionan, si son incoherentes o cambian su forma de actuar. Y en este caso, ambos personajes están perfectamente construidos. Llenos de defectos, con algunas virtudes, pero siempre humanos, demasiado humanos.
Si fueran reales, ¿serían mis amigos? No lo sé. Entre mis amigos nadie es perfecto. Todos tienen virtudes y defectos, como yo mismo. A lo largo de los años, he sido cínico, egoísta, intenso y muy cargante. Con el tiempo, me he atemperado, pero aún conservo algo de todo eso. El protagonista es así también, pero en el episodio en el que lo vemos en el hospital, podemos ver que es un médico muy bueno. En ese mismo capítulo, ayuda a un joven que se encuentra herido en la puerta de su casa y, después de suturar la herida, lo lleva a Valencia en coche. Es, tal vez, el momento más inverosímil de la serie y podría haberse omitido, al igual que la historia del amigo toxicómano, pero nos muestra un perfil generoso del protagonista que lo hace más humano.
La serie, en definitiva, nos invita a replantearnos —o a confirmar— nuestra visión de las relaciones amorosas en el siglo XXI y lo cuenta bien, muy bien. Con exceso, con aburrimiento, con bromas privadas y con verdad. Una mentira muy grande que parece verdad. Solo por eso Los años nuevos merece mucho la pena.
La última curiosidad es que, durante la gala de los Goya 2025, cuando los dos actores que dan vida a los personajes aparecieron en el escenario, tuve la extraña sensación de estar viendo a dos amigos.
Tal vez soy amigo de Óscar y de Ana. Digo tal vez, no aseguro nada.



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