Cada tarde pongo encima de la mesa una moneda. La miro durante horas hasta que consigo que se mueva despacio por la superficie pulida del mueble. Algunos amigos piensan que tengo poderes mágicos y que soy un mentalista prodigioso. Pero no están en lo cierto. Si yo tuviera poderes, y estos hicieran que la moneda caminara, no tendría ningún mérito hacer lo que hago.
