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Gómez-Restrepo

La primera vez que tuve noticia de Luis Alberto Gómez-Restrepo fue el 26 de septiembre de 2013 en una librería de la calle Meléndez Valdés de Badajoz. Aunque, como luego pude saber, el escritor colombiano residía en la capital pacense —en un pequeño apartamento interior de la calle Arco Agüero— desde finales de los años noventa y se había hecho un nombre en algunos lugares de discusión y difusión cultural de la ciudad. Así, había sido un asiduo al Ateneo durante años y también se le había visto participar en la tertulia literaria del Ilustre colegio provincial de abogados de Badajoz, por no hablar de la que él mismo había dirigido —y convertido en mítica— en el café Carmen, a unos pocos pasos de la plaza de España, en la que reunió en torno a su figura a un buen montón de jóvenes aspirantes a escritores con los que ensayar distintas teorías político-literarias que poco a poco fueron confluyendo en las novelas y cuentos que le otorgan ahora un lugar importante en el mundo de las letras castellanas.

Cuando lo conocí todavía no había publicado en Tusquets su novela El silencio de los muertos —como se sabe, se publicó en 2020 y, por lo tanto, tampoco había saltado a los medios nacionales la polémica sobre la reivindicación de la estirpe y el territorio mítico de la patria eterna española. Lo más llamativo de este fenómeno literario, aunque nadie lo destaca en ninguno de los artículos que he leído sobre él, es que Luis Alberto Gómez-Restrepo nació en Barranquilla, Colombia, en 1968 y, por lo tanto, no tiene conocimiento directo de lo que pudo significar la tradición española casticista y autárquica, por lo que todo lo que le ha llevado a la fama puede considerarse una coincidencia inesperada o una máscara a medida para alcanzar la gloria literaria en estos tiempos confusos.

El 26 de septiembre de 2013, el día que lo conocí, estábamos en la presentación de La habitación oscura de Isaac Rosa en la librería Tusitala de Badajoz. Allí, en aquella pequeña librería, fue donde escuché por primera vez la voz grave de Luis Alberto Gómez-Restrepo. Tusitala es una librería minúscula, pero no está de más decir que aquella presentación fue un éxito, pues hubo alrededor de cincuenta personas ocupando las reducidas dimensiones del establecimiento. La mayoría de los asistentes, eso es cierto, en perfecta comunión con el autor y con su propuesta literaria y, no está de más decirlo, con su visión del mundo. En 2013 no era nada extraña dicha coincidencia, pues ni siquiera el más adelantado de los pensadores del momento hubiera sido capaz de imaginar que nueve años después se iba a hablar en España de la recuperación de la estirpe imperial española, pues entonces, años en los que la crisis económica de 2008 se mostraba en toda su ferocidad, daba la impresión de que occidente iba a ensayar alguna fórmula política diferente al capitalismo. Nicolas Sarkozy, el que fuera presidente de la República Francesa lo explicitó en unas declaraciones: «La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó: le laissez-faire c’est fini. Hay que refundar el capitalismo, porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe». 

En ese ambiente prerrevolucionario, Isaac Rosa nos llevó a través de una puesta en escena repleta de humor y proximidad —apagó las luces de la librería y estuvo hablando durante un tiempo iluminado solo por una linterna— por los entresijos de la composición de su novela y por el reflejo de esta en el mundo real. Unos días antes de aquella presentación, Fernando Valls había escrito una crítica en El País que tituló Todos contra todos. En ella, definía a la novela como «un relato crítico sobre los avatares de su propia generación. Así, se ocupa de los efectos de la crisis económica en un grupo de jóvenes en tránsito hacia la madurez, compuesto por doce personas, seis hombres y seis mujeres, quienes se creyeron inmortales mientras su cuenta corriente crecía y se dedicaban a gozar de la existencia sin otras expectativas ni inquietudes. Se trata, pues, de una novela moral que apela a la solidaridad de clase, a la unión frente a los poderosos y a los posibles medios para combatirlos, y que invita a la acción. Pero también muestra la desunión y la escasa conciencia social entre aquellos que suelen padecer los abusos del poder».

Isaac Rosa para enfatizar aquello que proponía su novela terminó dividiendo el mundo en «ellos» y «nosotros». Pidió disculpas por lo maniqueo de la proposición, pero, a pesar de que la realidad es mucho más compleja, aquellas ideas simples nos podrían servir para aproximarnos siquiera un poquito a ella, dijo. En aquella dicotomía, era evidente que nosotros éramos «nosotros», la mayoría de los que estábamos en aquella librería, pero también ese «nosotros» representaba de alguna manera a los oprimidos por el poder. «Ellos», sin embargo, no había ninguna duda de que eran los privilegiados, los poderosos, aquellos que nos oprimían.

Para el Isaac Rosa de 2013 las «minorías» que dominan el mundo son los dueños de las grandes corporaciones multinacionales capitalistas y los políticos que viven al servicio de esas multinacionales. Tanto las unas como los otros no poseen más patria que el dinero, por lo que resulta extraño que «nosotros», sin embargo, todavía estemos dándole vueltas al concepto de patria. Entonces fue cuando Luis Alberto Gómez-Restrepo habló por primera vez, con su voz grave y con su acento sudamericano que, unido a lo moreno de su tez y a sus rasgos amerindios, de inmediato lo identificaban como un extranjero, alguien que vivía entre nosotros, pero que, sin ningún tipo de dudas, no era de los nuestros. Gómez-Restrepo dijo: «Esta crisis ha venido a golpearnos donde más nos duele y nos ha encontrado divididos, por el separatismo regional, por el sectarismo de los partidos y también por los viejos odios que quieren rescatar los partidos de izquierda. Y lo peor es que nos ha encontrado sin unidad nacional, sin seguridad jurídica y sin trabajo para todos. Para los españoles, España es su único patrimonio, y solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria». Al escuchar en voz alta allí, en aquella librería, con ese deje anticuado, aquellas palabras ya gastadas por completo por su abuso en otras épocas, hubo muchos que se sorprendieron, pero la mayoría se lo tomó a broma, si tenemos en cuenta las risas que se extendieron de una punta a la otra de la librería. Muy pocos de los presentes sabíamos que estaba citando a  Ramiro Ledesma Ramos, y tampoco estoy muy seguro de que muchos de los presentes supiéramos quién era aquel ideólogo del fascismo español, pero era indudable que aquellas palabras se parecían mucho al discurso oficial que durante los años de la dictadura se repetía en los aniversarios de las fechas señaladas en su calendario de festejos. De este modo, la intervención de Gómez-Restrepo llenó de susurros y chascarrillos la librería, incluso alguno dijo «te has equivocado de presentación de libro», a lo que otro añadió, «más bien se ha equivocado de siglo», y hubo luego una risotada general. Luis Alberto Gómez-Restrepo no volvió a sentarse, por el contrario, permaneció de pie con el gesto de dignidad en el rostro que le otorgaba aquella pequeña victoria, pues era consciente de que lo que había sido una reunión de afines en busca de la confirmación de sus creencias se había convertido, de improviso, en todo lo contrario.

El moderador del evento, que era al mismo tiempo el dueño de Tusitala, intentó mediar entre Isaac Rosa y Luis Alberto Gómez-Restrepo, pero fue en vano. Tanto el uno como el otro comenzaron a desgranar todos los argumentos disponibles para detallar su visión del mundo y mostrar las falacias del contrario. Gómez-Restrepo, después de escuchar el último argumento de su oponente, con todos los ojos del auditorio fijos en el movimiento suave de sus manos, dijo: «Usted, señor Rosa, publica sus novelas en la editorial Seix Barral que es, como todos sabemos, una marca del grupo Planeta, un grupo multimedia español con sede en Madrid que aglutina a empresas en seis áreas de negocio diferentes en 25 países del entorno de habla hispana y francesa. Por lo tanto, tendría que explicarnos cómo es posible que uno de «nosotros», según su nomenclatura, publique sus novelas en el grupo de comunicación de «ellos». La realidad es compleja y terca, pero a través de la lengua podemos horadarla, crear ficciones más o menos plausibles. Por ejemplo, usted puede creer que su novela es el caballo de Troya que destruirá el sistema corrupto desde dentro o, incluso, que su novela es un palo en la rueda que hará descarrilar el tren del capitalismo. Aunque, mucho me temo, lo que sucede en realidad es que su novela solo sirve para que el propio sistema contra el que lucha obtenga beneficios económicos y para que, además, usted pueda pagar sus facturas con una parte de esos beneficios». Los murmullos se acrecentaron en el reducido espacio de Tusitala, porque nadie esperaba que una presentación de un libro pudiera desembocar en un espectáculo dialéctico como aquel. Sin embargo, los rumores y las risas se vieron incrementadas hasta el escándalo cuando Luis Alberto Gómez-Restrepo terminó su intervención diciendo: «Una España grande y poderosa es el mejor baluarte y la mejor garantía de los intereses del pueblo trabajador. El sentimiento nacional corresponde al pueblo». Hubo risas entre los presentes, hasta que uno de los más viejos dijo: «Déjelo ya, por favor, que ya nos dieron bastante la tabarra con Ramiro Ledesma durante cuarenta años». Gómez-Restrepo sonrió con la sonrisa de galán antiguo que le ha hecho tan famoso y agradeció a aquel señor que también conociera a Ramiro Ledesma. «Si recuerda usted sus palabras, será por algo, ¿no?». «¿Sí?, no creo que sepa usted de lo que está hablando», dijo el viejo, «las recuerdo porque fueron muy pesados. No puede usted imaginar lo pesados que fueron los franquistas. No tiene ni la menor idea. Quizá por eso ahora está diciendo esas idioteces sobre el enemigo interior o sobre el orbe imperial». Luego se oyeron algunos «vivas a falange» entre risas e, incluso, alguno de los asistentes silbó los primeros compases de Cara al sol.

Luis Alberto Gómez-Restrepo con mucha calma, a pesar del griterío, fue invitado a abandonar la pequeña librería y él lo hizo con una tranquilidad elegante. Con el revuelo y el movimiento de personas que tuvieron que levantarse de sus sillas para que pudiera pasar el escritor colombiano, aproveché para salir a la calle detrás de él. Gómez-Restrepo subía en dirección a la plaza de España, aunque se había detenido para encender un cigarrillo. No era tan alto como me había parecido en Tusitala, pero tenía una presencia imponente. Daba la impresión de poseer una distinción que entonces aún no tenía sustento en la realidad. Guardó el mechero en el bolsillo de su americana y me saludó satisfecho.

Quizá Luis Alberto Gómez-Restrepo se sorprendió de que solo yo hubiera salido de la librería Tusitala después de sus palabras, pero eso fue lo que sucedió. De las cincuenta personas que había en la librería, solo yo salí a buscarle intrigado por responder a una pregunta. ¿Por qué un hombre de tez oscura, rasgos amerindios y acento sudamericano, peinado y vestido como si viviera en los años setenta, había hecho una defensa tan vehemente de la España fascista en septiembre de 2013?

El resto de la historia es conocida por todos.

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