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La memoria sentimental

Más allá de las críticas que se han vertido sobre Rompan todo por la ausencia o la presencia desmedida de algunos grupos, para una persona que desconoce casi por completo la historia del rock latinoamericano como yo, lo más sorprendente es el poco interés que me han suscitado los grupos que aparecen en la serie. Cuando comencé a verla tenía la esperanza de encontrar mucho más escondido entre una gran maraña de rock corporativo, pero no ha habido suerte. Existen excepciones, claro, en las que la verdad y la belleza han atravesado el tiempo y el espacio, pero he comprendido que, en general, tengo un problema con estas canciones: no las puedo relacionar con mi pasado, con la persona que yo era hace muchos años, con los bares que frecuentaba, con las mujeres que amé, con los momentos de tristeza o felicidad en los que me creía el centro del mundo. Es decir, no tengo con esas canciones ningún lazo sentimental. Son sólo canciones que no dicen nada sobre mi vida.

Cuando llego a esa conclusión, me percato de que la música tiene mucho de nosotros. Esa vieja broma de «todas las canciones hablan de mí» no es en el fondo ninguna broma. Nos apropiamos de las canciones, las hacemos nuestras, sobre todo en la adolescencia y primera juventud —después de esa edad es muy difícil encontrar algo que te estremezca—, para construir con ellas quiénes somos, cómo somos y, de este modo, poder enfrentarnos a los que no son como nosotros. La música, una determinada música, se convierte en la forma de mostrarnos al mundo, pues esa elección excluye que seamos lo que las otras canciones dicen. Escuchar unas y no otras, nos hace ser personas diferentes a todos los que nos rodean, sin tener en cuenta, desde luego, la calidad ni la vigencia de esas canciones a lo largo del tiempo. Después, una vez que ya hemos seleccionado —por todas las razones equivocadas— la música que nos define, asociamos canciones a momentos concretos de nuestra vida, el viaje a UK en autobús, el fondo de la barra del Sonidos, unas piedras de granito de la Plaza Mayor, el sabor de cigarros rubios sobre una cama en el suelo, la voz de Morrissey en una habitación con las paredes pintadas de rosa… Esa parte sentimental de las canciones es tan irracional como injusta, porque no solemos pararnos a evaluar la calidad de la música que nos hizo llorar o que sirvió de banda sonora para un instante preciso de nuestra vida. Por desgracia, algunas de esas canciones, cuando el tiempo pasa y ya no son capaces de evocar aquella sensación de plenitud y las analizamos de forma fría y objetiva, se nos presentan como entes vacíos que no poseen nada que las haga memorables. Otras, sin embargo, todavía nos siguen recordando que una vez fuimos felices.

En Rompan todo aparece una catarata de grupos imposible de enumerar aquí. Grupos que llenaron estadios y que forman parte de la vida de muchas personas que, sin embargo, para alguien ajeno a esa carga sentimental, apenas me han empujado a conocer la obra de algunos artistas. Uno de ellos ha sido Charly García. No tanto su producción de los setenta ni la de sus últimos años, pero sí Clics modernos. Un disco que aparece mencionado en el documental y que me pareció fascinante casi de inmediato, no sólo por el modo en el que se compuso, ni por el lugar en el que se grabó, sobre todo por el ánimo rompedor que escondía. El sonido del disco no ha perdido vigencia con el paso de los años y sus canciones siguen sonando afiladas y certeras. «Ojos de videotape» o «Los dinosaurios» son temas en los que ya no hay espacio para Pink Floyd ni para largos desarrollos progresivos y, junto al resto de canciones, acaba por transformar Clics modernos en un disco esencial, capaz por sí mismo de justificar una vida. Nunca había escuchado hablar de Charly García, ni de Clics modernos, por lo que no me une a él ningún lazo sentimental ―desde ahora siempre me recordará el verano de 2021―, sin embargo, sus canciones tienen un parentesco inquietante con las de Golpes bajos. El uso audaz de la caja de ritmos, las líneas asombrosas de bajo y las progresiones de acordes de piano han provocado un extraño trasvase en mi memoria sentimental entre las dos propuestas. No sé si Coppini y Cardalda habían escuchado a Charly García y, por lo tanto, habían sido influidos por su música, pero me gustaría mucho que así fuera. Sería una forma muy bella de cerrar el círculo sentimental.

Busqué información sobre Clics modernos y descubrí que había sido considerado por la edición argentina de Rolling Stone como el segundo mejor disco de rock de la historia de aquel país. Nunca he creído en ese tipo de listas, pero fui a mirar qué discos habían seleccionado para saciar mi curiosidad. Muchos de ellos habían aparecido en Rompan todo. Es más, en algún momento parecía que el documental se había basado en esta lista para contar la parte argentina del rock latinoamericano, con una excepción muy llamativa: del número uno de la lista apenas se había dicho nada. Ese número uno es Artaud, el disco que Luis Alberto Spinetta sacó en 1973 con el nombre de Pescado Rabioso a pesar de que la banda ya se había disuelto. Después de leer muchos artículos, comprendí que Spinetta estaba a la altura de Charly García, pero la presencia de Spinetta en Rompan todo es casi testimonial. Escuché el disco y, a pesar de algunos arreglos rock pasados de moda, la mayoría de las canciones están compuestas con un riesgo y una lucidez incuestionable. Un fogonazo de música popular y sutileza muy difícil de dejar pasar. Cuida bien al niño. Cuida bien su mente. Dale el sol de enero. Dale un vientre blanco. Dale tibia leche de tu cuerpo… Imposible escapar a su hechizo. Imposible no quedar deslumbrado por semejante belleza.

En definitiva, estoy seguro de que muchos de los que han visto Rompan todo, la serie de Netflix de seis capítulos que pretende contar la historia del rock latinoamericano, se han emocionado viendo en ella a todos sus grupos favoritos de forma cronológica. Muchos de los espectadores incluso habrán reconstruido su vida a través de esas canciones, aunque ése no haya sido mi caso. Aun así, puedo apreciar el esfuerzo por sintetizar en seis capítulos una historia enorme dado el territorio a explorar y los sesenta años que han pasado desde la aparición de los primeros grupos de rock del continente. Por supuesto, también debo agradecer a la serie que me haya permitido conocer Clics modernos y Artaud, que no es poco.

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