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Literatura peligrosa

Y creo que deberíamos hacer un teatro tal
que de él huyesen los cobardes, un teatro tal
que cuando un cobarde viese un teatro se alejara
de él porque allí podría esperarle algún peligro.

Juan Mayorga

1

La tuve en mis manos aquel verano del 2016 en la librería Universitas. Mientras merodeaba por las estanterías y las mesas de novedades, encontré la novela Magistral de Rubén Martín Giráldez y estuve calibrando su compra durante unos minutos, pero al final no lo hice por una razón que ahora no recuerdo. Estuve tentado por el debate sobre su pertinencia que había surgido a raíz de su publicación y, sobre todo, por la entrevista de Nuria Azancot en El cultural. En aquella entrevista me llamó la atención lo feroz de la propuesta y lo ambicioso de crear una «novela ambiciosa» en un momento como el presente. Aquella palabrería llena de fuegos artificiales podía ocultar un fraude o ser la puerta de algo bello, pero la dejé sobre la mesa y me llevé otros libros. En algún momento me arrepentí de no haberla comprado, pero cuando volví, unos días después, ya no estaba. Y la historia se repitió. Me llevé otros libros y, poco a poco, me olvidé de ella.

Magistral desapareció de los medios aplastada por el terremoto de las novedades y las nuevas polémicas y no volví a saber de ella hasta que hace unos meses la descubrí en la web de la editorial que la había publicado y, ahora sí, la compré. Jekyll & Jill es una pequeña editorial que publica libros bellos y diferentes como Este pequeño arte, el primer libro que tuve de ellos. Luego, junto con Magistral, compré Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giraldez. No lo sabía entonces, pero, aunque no venía especificado en ninguna parte, era el complemento idóneo.

Lo primero que pensé al comenzar a leer Magistral, lejos ya del debate que motivó mi interés por ella, fue a dónde demonios va a parar todo esto. Hacia dónde se dirige este narrador en primera persona que suelta un monólogo deslenguado —incluidos neologismos más o menos inspirados—, en el que no se percibe ni trama, ni personajes, ni espacio ni tiempo. Porque no hay en el texto ningún elemento narrativo donde poder agarrarse y esa inseguridad, esas arenas movedizas, es su mayor atractivo. Pienso que no es habitual tanto despilfarro de palabras sin una buena causa y, sólo por eso, Magistral capta mi atención desde el principio, a pesar de que el narrador hable sin saber muy bien por qué ni —y esto es muy importante— a quién. ¿Yo soy ese lector al que se dirige o se dirige a un lector ideal que nadie sabe dónde se encuentra? Porque el asunto es que sus reflexiones, a mitad de camino entre el chascarrillo, «Al escritor español de hoy no hay por donde empezar a matarlo», y la reflexión mesurada, «No vale decir que yo soy bueno y decir que el que está a mi lado es bueno, porque eso es imposible», te descolocan y cautivan al mismo tiempo. Hay carga de profundidad inteligente, y también lugares comunes que todos hemos leído en alguna otra ocasión, en el hecho de escribir una novela sobre la repercusión de una novela que no se ha escrito. Un juego de espejos brillante que nos dice que lo que estamos leyendo es una reflexión sobre lo que dio de sí una novela llamada Magistral que nosotros nunca hemos leído. Esta reflexión sobre la novela que no existe se ve interrumpida de improviso por la comparecencia de otra novela llamada Notable American women escrita por Ben Marcus —un escritor desconocido para mí que bien podría ser una invención— para desconcertarnos a las doscientos y pico de personas que hemos leído/estamos leyendo el libro. La aparición de la novela de Ben Marcus me recordó a lo que sucede en la película de los Monty Pyton El sentido de la vida cuando la película es interrumpida por el cortometraje que se ve al principio. La perplejidad que nos provoca la ruptura de todas las reglas nos deja colgados en el vacío. Solos ante el peligro y sin saber qué camino tomar entre los juegos tipográficos, las páginas en inglés y los estertores de un narrador del que ya no esperamos nada y, quizá por esa razón, vamos a seguir hasta el final.

En definitiva, Magistral es una novela-ensayo-libelo sobre la situación actual de la narrativa y su sola existencia es ya la puerta de entrada a algo bello, aunque, al mismo tiempo, es un callejón sin salida. Muestra los errores que llevan a la novela de nuestros días al desabrimiento y la irrelevancia, pero no señala cuál puede ser la manera de encauzar de nuevo la narrativa y convertirla en un ejercicio inteligente y lleno de grandes aspiraciones. De lo que no hay duda es de que estamos ante una buena muestra de literatura peligrosa, de la que huyen los cobardes, por decirlo con palabras de Juan Mayorga, y, aunque sólo sea para demostrar nuestra valentía, debemos acercanos a ella y leerla con atención para ver si somos capaces de contestar algunas preguntas incómodas:

«¿Comerías después de saber que un fraude ha manipulado tu hambre?».

2

Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giraldez son dos pequeños ensayos —y un epílogo— sobre la pertinencia de la literatura experimental en un mercado dominado por las listas de libros más vendidos. El primero de ellos, escrito por Ben Marcus —parece ser un escritor real—, es la respuesta a un texto de Jonathan Franzen que no viene incluido en el libro por razones obvias. El artículo de Franzen se publicó en New Yorker en 2002 y según parece es una diatriba contra William Gaddis y la novela experimental. La falta de este artículo complica la comprensión de lo que estamos leyendo y nos obliga a confiar en la objetividad de Ben Marcus si queremos llegar al fondo de la cuestión.

En este apartado, Ben Marcus no se muestra muy fiable, pues encontramos en su ensayo valoraciones sobre los propósitos literarios de Jonathan Franzen que parecen gratuitos:

«Si ya han leído ustedes Las correciones, la tercera novela de Franzen, su comentario sobre una ambición sin par resulta desconcertante. Pese a lo absorbente, operístico y hábilmente coreografiado, el libro no deja de ser una reculada del autor a las comodidades de un estilo narrativo ya aceptado por la cultura. Queda patente que su ambición era pertenecer al establishment más que sobresalir del mismo, unirse a un equipo bien definido más que ir por su cuenta».

Sin embargo, a pesar de no contar con el artículo de Franzen y que Ben Marcus se deja llevar en ocasiones por un exceso de ira, la tesis fundamental del ensayo es comprensible por todos. En qué momento alguien con tanto poder en la industria editorial como Jonathan Franzen decide atacar a escritores minoritarios que apenas tienen repercusión. Por qué se empeña en considerarlos «pretenciosos, alienantes y malos para el negocio». Por qué alguien con tantos lectores y con acceso a medios prestigiosos como New Yorker intenta acabar con el poco espacio que tiene la literatura «experimental», vilipendiando tanto a los escritores que la llevan a cabo como a los pocos lectores interesados por este tipo de obras. Las respuestas a estas preguntas no son fáciles, ni evidentes, pero quizá tengan algo que ver con el sentimiento de culpa.

No aseguro nada.

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