Nunca había oído hablar de Douglas Murray hasta que lo encontré en la contraportada de La Vanguardia el 1 de diciembre de 2020. El titular provocador y una fotografía delante de su biblioteca me llevaron a leer sus palabras. La estupenda entrevista de Víctor-M. Amela no defrauda. Da lo que promete el titular. Estamos ante un tipo seguro de sí mismo y con mecanismos de autodefensa ensayados durante años para contrarrestar los argumentos emocionales del progresismo más beato. Se nota que es un hombre de éxito con una visión del mundo conservadora, aunque, de forma paradójica, leyendo sus respuestas también nos da la sensación de que Douglas Murray está enfadado, casi tan enfurecido como esa masa que da título al libro que está promocionando. No parece un libro autobiográfico, pues La masa enfurecida son, por supuesto, los otros.
En la entrevista de La Vanguardia se define como hombre, blanco, homosexual y ateo (cristiano) y, revisando su actividad profesional, no parece que le vaya mal ni en el apartado económico ni en el apartado de reconocimiento público. Según Península, su editorial en España, «es un columnista y periodista que trabaja para medios como Spectator, Sunday Times o el The Wall Street Journal. Es además un destacado conferenciante y ha sido invitado a ponencias en Westminster, el Parlamento Europeo y la Casa Blanca». Douglas Murray es un tipo con suerte, querido y respetado en lugares tan distinguidos como la Casa Blanca o el Parlamento Europeo, por lo que cuesta entender la razón de su enfado.
En la nota de prensa de La masa enfurecida que ha preparado Península, una marca editorial del grupo Planeta, grupo multimedia español con sede en Madrid que aglutina a empresas en seis áreas de negocio diferentes en 25 países del entorno de habla hispana y francesa, podemos leer alguna de las razones de su enfado:
«Vivimos en la tiranía de la corrección política, en un mundo sin género, ni razas ni sexo y en el que proliferan las personas que se confiesan víctimas de algo (el heteropatriarcado, la bifobia o el racismo). Ser víctima es ya una aspiración, una etiqueta que nos eleva moralmente y que nos ahorra tener que argumentar nada».
Según podemos deducir de la nota de prensa, y de las declaraciones del autor en la entrevista, Douglas Murray está enfurecido porque da por supuesto el control de la opinión pública por parte de unas «minorías» —los feministas, los activistas homosexuales, los activistas raciales y los seguidores de la fe islámica— y su furia se agranda cuando da por supuesto que esas minorías no sólo han ganado «la guerra cultural» contra el mundo antiguo de la incorrección política, sino que ahora, después de haber obtenido la gran victoria de la igualdad jurídica entre todos los seres humanos, quieren obtener los privilegios que en el pasado detentaron los hombres, blancos, heterosexuales y cristianos.
Sin embargo —las paradojas no dejan de sucederse cuando analizamos el caso desde cerca—, a pesar de dicha «tiranía de la corrección política», Douglas Murray no sólo ha publicado un libro que se distribuye por todo el mundo occidental gracias a grandes grupos de comunicación, sino que el libro «prohibido» es todo un bestseller. La mera existencia de su libro y sus ventas millonarias son la prueba de que sus argumentos no tienen sustento en la realidad, sino que forman parte de la ficción. Lo único real es su deseo de convertirse en víctima, a pesar de pertenecer a la clase privilegiada, pues, según sus propias palabras, «ser víctima es ya una aspiración, una etiqueta que nos eleva moralmente y que nos ahorra tener que argumentar nada».
Douglas Murray intenta convencernos de que estas «minorías» han conquistado el poder de tal manera que los demás hemos perdido la «Libertad» para poder mostrarnos contrarios a sus doctrinas o, en el caso de mostrar la valentía suficiente y hacerles frente, estas «minorías» nos anularían con todo el poder de su fuerza hasta reducirnos a la nada. Basta mirar quiénes son los dirigentes políticos, económicos y mediáticos de los países occidentales para comprobar que el miedo de Douglas Murray no tiene cabida en el mundo real, pero ¿qué puede importarnos a nosotros el mundo real si podemos vivir en un mundo de ficción en el que ser unas honradas «víctimas de la tiranía de la correción política»?
No conocía para nada a este Sr. Murray, pero me da la impresión de que su pensamiento, ignoro si también su vida, es una auténtica paradoja. Eso de ser cristiano y ateo no sé cómo se casa, en cuanto a que las minorías controlan la «opinión pública» no deja de ser una opinión. La suya.
No sé si le deseo éxito con su libro. jajajaja.
Un saludo.
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