I fought the law and the law won
I fought the law and the law won
Sonny Curtis
A Bobby Fischer lo conocía, pero la primera vez que oí hablar de Borís Spasski fue en Reikiavik, la obra de teatro escrita por Juan Mayorga en la que se reflexiona sobre el poder de la imaginación y sobre cómo los seres humanos, con el paso de los años, modificamos nuestro pasado. En la obra se nos habla de que vivimos ajustando la realidad en múltiples reelaboraciones hasta hacerla tan irreconocible que apenas coincide con lo que sucedió, porque, de alguna manera, como sabemos que el pasado nunca deja de pasar, lo modificamos con la esperanza de que que todas las piezas encajen en el lugar adecuado. Mayorga muestra en Reikiavik a unos personajes pequeños que recrean una parte de su pasado de manera interpuesta, pues lo hacen representando el campeonato del mundo de ajedrez que enfrentó a Spasski y Fischer en 1972. Así, al representar la vida de otros, sus pequeñas vivencias, sus pequeñas historias de amor son transformadas de la misma manera que los poderosos transforman el gran pasado, las grandes vivencias, las grandes historias de amor creando leyendas laudatorias para contentar a las piezas que mueven sobre el tablero. Esas piezas tienen nombre y se llaman Borís Spasski y Bobby Fischer y, por supuesto, también Arturito Pomar. Aquel niño protagonista de una vida legendaria que languideció hasta volverse borrosa como todo lo relacionado con la dictadura de Franco. Todos ellos —y muchos otros como ellos— son las piezas pequeñas que los poderosos mueven para conseguir sus objetivos sin, por supuesto, tener ningún remordimiento cuando llega el momento de sacrificarlos una vez cumplen su tarea pequeña en la gran partida de la historia.
Nunca me ha interesado el ajedrez, para practicarlo o seguirlo se necesita una paciencia y una inteligencia de las que carezco, pero siempre me ha parecido una formidable metáfora de la vida. Una metáfora que nos acompaña desde hace siglos, aunque en mi memoria la haya fijado Ingmar Bergman. El séptimo sello convirtió para siempre al ajedrez en algo más que un juego. Todos somos piezas blancas o negras movidas por la mano de los que deciden sobre la vida o la muerte.
De una manera parecida a Reikiavik funciona El peón de Paco Cerdà, pues el libro es una reconstrucción de la partida entre Fischer y Pomar en el invierno de 1962, pero, como en el caso de la obra de Juan Mayorga, no necesitamos leer muchas páginas para saber que estamos ante un proyecto mucho más ambicioso. En el libro comparecen muchos pequeños soñadores utilizados por el poder de una u otra manera, que, a pesar de que en algún momento tuvieron la ilusión de que luchaban contra los que saquean el mundo, acabaron asumiendo su papel gregario en la historia. Estos peones fueron hombres y mujeres nacidos en el lugar y en el momento equivocado que, casi sin que se percataran de ello, fueron usados para ganar partidas cuyos éxitos nunca les pertenecieron. Borís Spasski o Bobby Fischer o Arturo Pomar tardaron en saber, pero supieron de primera mano, que un peón jamás se transforma en dama, porque —¡es tan triste constatarlo!— un peón jamás se transformará en dama.
Y esa es la certeza que emerge al final del viaje que nos propone este libro formidable. La partida está trucada. Sabemos que las piezas, dependiendo de su condición, pueden desplazarse por el tablero con mayor o menor exactitud y ligereza, pero también sabemos que los peones, dadas las limitaciones de sus movimientos, tarde o temprano acabarán siendo sacrificados. Jorge Drexler lo canta en una de sus canciones Pasarán los años / Cambiarán las modas / Vendrán otras guerras / Perderán los mismos. No me veo hoy con fuerza para llevarle la contraria ni a Jorge Drexler ni a Paco Cerdà.
El peón ha sido editado por Pepitas ed.
Me encanta seguirte. Espero con ilusión tus nuevas entradas al blog.
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