Tornerà la moda dei vichinghi,
torneremo a vivere come dei barbari.
Franco Battiato
Maia Sandu es el nombre de la presidenta de Moldavia. No lo he sabido hasta hace unos días, pues mi conocimiento de la realidad política y social de ese país es escaso y, además, no recuerdo que Moldavia haya ocupado jamás ningún lugar en los informativos o los periódicos nacionales. Conocía su ubicación geográfica y asociaba su nombre a un lugar más o menos pintoresco, incluso romántico, en el que tienen lugar leyendas de condes y brumas, pero poco más.
Encontré a Maia Sandu en un informativo. Emitieron un pequeño extracto de un discurso institucional y, mientras lo veía, llamó mi atención que la lengua en la que se expresaba fuera tan similar a la «nuestra». El caso es que podía entenderla, a grandes rasgos, sin necesidad de subtítulos. Luego, de manera rápida, comprendí que en Moldavia no se habla ninguna lengua eslava, sino que se habla una variante del rumano ―o quizá el mismo rumano― y mi sorpresa se fue diluyendo, pues entendí el origen del parecido entre aquellas palabras que pronunciaba la presidenta de Moldavia y las que estoy utilizando ahora mismo para escribir este texto. Sin embargo, del mismo modo en que había comprendido que nos unían los lazos de nuestro pasado en común, comencé a pensar en lo equivocado que estaba al comparar la lengua que hablaba la presidenta de Moldavia con «la nuestra». Pues la lengua que denomino «nuestra», en realidad, no lo es, pues todos sabemos que es una lengua derivada del latín.
El latín era la lengua que se desarrolló en el Lacio y que el Imperio Romano extendió por gran parte del mundo conocido, incluida la Península Ibérica, gracias a sus invasiones militares. El latín ―una versión desgastada del latín vulgar― dio lugar a la lengua que yo llamo «nuestra», el castellano o español, del mismo modo que dio lugar a otras como el italiano, el catalán, el francés, el gallego o el rumano. Por lo que, de alguna manera, muchos europeos hablamos una lengua extranjera, igual que la presidenta de Moldavia, una lengua que vino de fuera para, a través de ella, trasladar a «nuestro» territorio la cultura extranjera del pueblo invasor.
La lengua es el vehículo transmisor de la cultura y de las ideas de un pueblo y parece indudable que, a través del latín, los romanos que ocuparon la Península Ibérica nos inculcaron lo que nosotros llamamos ahora «nuestra» cultura. Literatura, filosofía, organización política, derecho, vías de comunicación, arquitectura o gastronomía, por citar unas cuantas, junto al cristianismo que, si bien no nació en Roma, sí que llegó hasta nosotros a través de la lengua y la cultura del imperio romano, son la base de lo que nosotros indentificamos con nuestras raíces. Por lo que podríamos afirmar que aquello que llamamos «nuestra cultura» es solo la cultura del pueblo extranjero que invadió nuestro territorio.
La presidenta de Moldavia, Maia Sandu, en esa intervención institucional que vi en el informativo, hablaba sobre la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso, hablaba de fronteras y de derecho internacional, hablaba de respetar la integridad de las naciones, pero lo hacía utilizando las palabras de una lengua extranjera, lo hacía utilizando la lengua de otros invasores.
Nuestra historia ―ahora sin comillas― es pura contradicción.